Reconoce el esfuerzo del otro, y también el fallo. No humilla, ni ningunea, sino que enaltece la mira del que se equivoca.
También es técnica y a la vez abierta. Porque es específica y es a la vez receptiva a una realidad a la que admite posibilidad de ser de otra manera.
Es digna. No levanta la voz, ni es vulgar o ácida. Es la observación específica de una inconformidad justificada, ante otro que está capacitado para hacer lo que se quiere y comparte los objetivos.
Engrandece y se agradece.