No se puede trabajar con él. No se puede soñar con él. No deja pensar con claridad, no permite disfrutar la vida. Paraliza, envenena, impide.
El otro día, oí una discusión en la que uno de los dos dijo lo siguiente: "¿cuánto de lo que hay es por la Providencia Divina y cuánto es a pesar de ti" No es del todo un insulto, pero si lo fuera, sería delicioso. El rival no entendió y pasó a argumentar cualquier otra cosa.
Días después, lo comenté con el que originalmente lo preguntó. ¿Y si te preguntara lo mismo a ti?, consideré. "Fácil", dijo. " Todo es por la Divina Providenica, que me envió a mí".
No tiene miedo.
9 de noviembre de 2012
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No hacerlo peor, tratando de mejorarlo, es lo más complicado.