-->
El día después del debate, llevando a mis hijas a su clase de dibujo con la
abuela, me dijo una de ellas que las amigas de su hermana decían que quien iba
a ganando la presidencia (sic) quería hacernos pobres a todos. Les expliqué qué son unas elecciones y que tendrán lugar hasta el 1 de
julio, les dije que cada persona mayor de 18 tenía un voto y que con él decidían
quién iba a gobernar el país.
No tardó la pregunta: ¿por qué nosotras no votamos? También les expliqué
que porque era una responsabilidad muy grande y es necesario tener un carácter adecuado
para votar y que es más bien impropio de la infancia. Además, recurrí con algo
de vergüenza al argumento de la posible manipulación de los niños por parte de
los adultos.
En la conversación salió a la luz el asunto de las encuestas y el debate. Y
todo esto les explicaba, intentando pintar el panorama de la democracia como un
ideal. Me interrumpieron e insistieron con el candidato que según sus amigas (o
los papás de sus amigas, seguro) nos quiere hacer pobres a todos.
Es difícil con niños. Les dije que yo no estaba de acuerdo con sus ideas.
Que a mí no me gusta ese candidato y les traté de explicar por qué. Ni tardas
ni perezosas se pusieron entonces en modo contrincante. Como si de los Tigres y
de los Rayados se tratara. Entonces si él es el malo ¿quién es el bueno papá?
Pude vislumbrar el paso siguiente de su argumento: los que votan por el otro son malos.
No lo dejé pasar. Ahí se pinta la raya de la diferencia política. Los que
votan por el que no me gusta no son malos. Incluso, les dije, hay miembros de
tu familia que están de acuerdo con él. No los hace malos. Ellos piensan que es
lo mejor, yo no. A mí no me gusta, pero ante mis hijos, defiendo el derecho a
votar por quién sea. Aunque, en la conversación política entre adultos, me
exaspere con lo que considero un evidente desenfoque con los
derechos del individuo, de la familia y de la propiedad privada, por mencionar
sólo algunos.
Con todo el ejercicio educativo del viaje hacia la clase de dibujo me queda
claro que este es el punto que espero haberle transmitido a mis hijas: tener
diferencias de opinión no convierte al otro en el malo. La historia nos enseña
el peligro de la polarización encolerizada cuando llega a tribalismo: muerte,
fratricidio y destrucción. El otro no es malo. El contrincante no es el enemigo.
No se le puede dar la mano a nadie con el puño. Tiene que estar abierta
para el encuentro. Y en el fondo temo que si el contrincante gana, no piense lo
mismo de los que pensamos diferente, y se repita lo que nos ha enseñado la
historia. Con nosotros como protagonistas del desastre.